Jueves 23 de noviembre de 2000, Diario Rio Negro
Otra visión del buceo junto a ballenas
En un duro
cuestionamiento a la nota publicada por el matutino "Clarín", donde
se denunciaba el buceo ilegal junto a las ballenas de la península Valdés, el
director del Instituto Argentino de Buceo, Tito Rodríguez, desestimó de plano
el supuesto daño a los animales que tal práctica provocaría.
El buzo, en una extensa carta distribuida por "mail" a numerosos
medios periodísticos, va más lejos al acusar a las empresas operadoras de los
avistajes de ballenas de defender su lucrativo negocio y a la Fundación
Patagonia Natural de luchar "para crear leyes que sirven para mantener a
esta entidad y a sus miembros en el circo del poder de la Península".
Rodríguez alude a su experiencia con los cetáceos indicando que "es muy
normal ver cómo, al acercarnos con un snorkel por superficie, la ballena franca
se mete debajo nuestro y sale con mucha suavidad mientras que el buzo,
asombrado, se ve acostado sobre el lomo de la ballena tal como se puede ver en
la tapa del diario "Clarín" del 21 de noviembre de 2000. Este es un
juego de ballenas -prosigue-, no de buzos. Ahora -se pregunta- si este juego le
hiciera mal al animal ¿elegiría jugarlo? ¿Por qué no se aleja de los buzos
si con sólo un coletazo aparecería, sin mayores esfuerzos, a cien metros de
distancia? (...) Muy sencillo: la ballena nada hacia el buzo. La ballena busca
su contacto".
El dirigente del IAB no desmiente en ningún momento la veracidad de las
expediciones de buceo junto a las ballenas, jugosamente comercializadas por casi
5.000 dólares por persona en los EE.UU., sino que apunta directamente a la ley
provincial chubutense que prohíbe expresamente esa práctica. En la línea de
sus razonamientos, Rodríguez afirma que el avistaje de ballenas desde
embarcaciones, que gozan de un "permiso especial", es mucho más dañino
que los buceos. Y ejemplifica: "Ellos se mueven en lanchas ultraveloces,
dotadas con motores de 250 caballos que normalmente despiden aceite al agua y
producen polución sónica. Las ballenas no pueden optar, en este caso sobre el
contacto, ya que no pueden escapar de las lanchas, ni de los veinte turistas que
llevan a bordo y que gritan frenéticamente, ni del aceite, ni del ruido".
Y culmina: "...ahora se rasgan las vestiduras porque un buzo acarició una
ballena. Tal vez entre tanta locura de muerte, este fue el único mensaje de paz
que los seres humanos le dimos a este animal".