Un paseo submarino apto para todo público

Sábado 25 de enero de 2003 , Diario Rio Negro

No hay edad para disfrutar del hermoso paisaje subacuático. No hace falta siquiera saber nadar para sumergirse.

LAS GRUTAS (ASA)- Un mundo nuevo se abre bajo la superficie del mar, a unos seis metros de profundidad. Y los visitantes deben adaptarse a él. Para concretar un buen bautismo submarino no hay que tener condiciones especiales, simplemente hace falta cierto valor para superar el miedo a lo desconocido.
Automatizando sencillas maniobras respiratorias y compensatorias entre la presión del agua y la presión interna del organismo, los debutantes pueden disfrutar de un paseo inolvidable, del que se llevarán recuerdos imborrables simplemente utilizando una pequeña máquina subacua que aporta la empresa de buceo local, además de los que quedarán grabados a fuego en la memoria. Lo único que conspira contra el bautismo submarino es la propia inseguridad del novato. Si quien aspira a recorrer el fondo marino acompañado por un instructor está plenamente convencido de que quiere realmente realizarlo, la aventura es mucho más sencilla.
No hace falta siquiera saber nadar. No hay límites de edad, solamente se exigen ciertos requisitos médicos especialmente relacionados con los oídos, pero en general cualquiera puede bucear. Sólo se requiere tener decisión.
La excursión comienza en la Tercera Bajada, en la sede de Cota Cero. Allí se viste con neoprene a los inscriptos que luego parten hacia la lancha que los trasladará hasta la plataforma ubicada frente a la costa a un par de millas.
Esa estructura flotante está diseñada especialmente para los bautismos. Allí se provee del chaleco compensador, el regulador y los tanques bien cargados a los aspirantes, además de las aletas y la luneta. Luego de una breve charla explicativa, bien clara y accesible para todos, en la que los instructores enseñan cómo respirar y comunicarse bajo el agua, empiezan las pruebas. La clave está en mantenerse tranquilo. Respirar profundo -por supuesto siempre por la boca tanto exhalando como inhalando- mientras el instructor acompaña al novato que se mantiene parado en una rejilla, con el agua al pecho.Ya con cierta seguridad, empieza el descenso con el aún tembloroso aventurero tomado de un cabo y enfrente el instructor que hace indicaciones y pregunta con las manos si todo está en orden. Cada uno o dos metros hay que compensar tapando los orificios nasales y simultáneamente intentando expulsar aire por los mismos. Los oídos chillan y parece que los tímpanos se abren, lo que permite seguir sin dolor unos metros más hasta volver a hacer la maniobra. Así se llega al fondo, con la respiración automatizada y la presión compensada.
Solamente resta empezar a gozar de la experiencia. Comenzar a convivir con los verdaderos habitantes del lugar que, sorprendidos ante la presencia humana se empiezan a acercar. Es increíble por momentos verse rodeado de sargos, cabrillas y meros pequeños. De lejos algún salmón, viejo habitante de la restinga, mira con desconfianza y se va. Los demás, acompañan, hasta que el frío indica que es tiempo de volver a la superficie.

Lo que hay que vencer es el temor a lo desconocido

La excursión del bautismo submarino está siendo muy requerida este año. Tiene un costo de 60 pesos por persona. Decenas de turistas por día hacen el intento y la mayoría concreta paseos subacuas inolvidables. Pero algunos no pueden contra sí mismos y temen. A ellos, Cota Cero les da otra oportunidad, permitiéndoles una prueba en la cuba ubicada en la Tercera Bajada, donde pueden prepararse y tomar coraje. Andrea, una joven abogada de 26 años, residente en Buenos Aires, tuvo ese inconveniente. Le entró miedo cuando aún no había despegado de la rejilla y no quiso seguir, ni siquiera con el respaldo de su novio Federico y de "El Pulpo", el instructor, que posee una paciencia increíble. Analía de Rosario, de 25, estudiante de medicina, también se negó a bajar, a pesar de los esfuerzos de Pablo, el experto instructor que le explicó con lujo de detalles las maniobras y le dio ánimo. Las dos miraron incrédulas cuando Dagmar, de 12 años, bajó y volvió contando que los peces la rodearon. La niña tenía frío pero estaba emocionada por la experiencia vivida. Y su padre, Oscar, de 57, orgulloso. "No quería enseñarle yo para que no se sintiera presionada, así que la dejé en manos de los expertos", aseguró el hombre.
Analía y Andrea, no quedarán con la asignatura pendiente y volverán seguramente a la cuba a hacer algunas pruebas hasta que el valor llegue.